En las últimas semanas estamos comprobando cómo saltan todas las alarmas del capitalismo global: la crisis ha estallado y ya es imposible ocultarlo. Los gobiernos se apresuran a “tomar medidas” acudiendo al rescate de bancos y empresas a costa de hipotecar el dinero público, el nuestro, el de las y los trabajadores, mientras los ejecutivos que han dirigido el desastre se van a sus casas con sumas millonarias. Pero para nosotros la crisis hacia ya tiempo que había estallado. La carestía de la vida, el paro, los despidos y los recortes salariales son elementos habituales de nuestras vidas. Sin embargo para nuestra crisis no existen grandes medidas ni tampoco inyecciones de dinero público: los préstamos de los bancos los avala el estado, nuestras hipotecas las sufragamos nosotros mismos. En el capitalismo siempre ganan los mismos, los ricos, mientras el resto pagamos la resaca de su borrachera especulativa.
Pero aunque su expresión es ahora más evidente que nunca, la crisis no es nueva. De hecho el funcionamiento histórico de la economía capitalista nunca ha sido armónico, sino que se caracteriza por la sucesión de crisis periódicas de distinta modalidad y profundidad, pero todas ellas relacionadas con los problemas de rentabilidad que la misma lógica capitalista genera. En un intento continuo por defenderse de su propia naturaleza suicida, el capital trata de resolver sus problemas de rentabilidad huyendo del ámbito productivo y refugiándose en los mercados financieros, donde aparentemente puede obtener beneficios ilimitados. De esta forma, se puede afirmar que la era neoliberal es la de la hegemonía del capital financiero. Las finanzas impusieron su ley, de forma que son los intereses del capital financiero los que prevalecen, y la lógica propia de los mercados financieros la que se impone a toda la actividad económica. Es la financiarización de la economía. Las empresas de cualquier sector, en su búsqueda por maximizar sus beneficios emprendieron una participación creciente en las actividades financieras, hasta tal punto que ya en el 2000 dedican tres veces más recursos a comprar activos financieros que a invertir en su propia actividad productiva. Un boom en el que las empresas han ido adquiriendo una cantidad ingente de títulos financieros, como por ejemplo acciones de otras empresas, que en 1970 representaban un 58% sobre su capital fijo y en 2001 alcanzan el 147%. Así, los ingresos que obtienen las empresas en forma de dividendos (rentas financieras) han pasado de representar un 3% de las ganancias totales en 1970 a un 51% en el 2001. Durante años este juego financiero que permitía la obtención de beneficios enormes, fáciles y rápidos, parecía no tener límite. Pero ha alimentado burbujas que ahora empiezan a estallar, poniendo en cuestión la propia lógica capitalista que las generó, y golpeando severamente con su caída a la economía real.
Contrariamente de lo que nos quieren hacer ver, la crisis actual no responde simplemente, a la mala gestión de un puñado de bancos y empresas; ni siquiera se limita a una quiebra financiera que pondría en cuestión una modalidad “financiarizada” del capitalismo. La crisis actual, que es una expresión más de la crisis estructural del capital, converge con otras expresiones de la naturaleza suicida del capitalismo. En particular, la gravedad de las crisis energética (aproximación al cenit del petróleo “peak oil”), y ecológica (insostenibilidad de los modelos dominantes de producción, distribución y consumo), es ya innegable. Adicionalmente y como consecuencia tanto de las dos anteriores como de la expansión de la lógica financiera a todos los ámbitos de la economía (los alimentos y las materias primas son también objetos de especulación en los mercado financieros internacionales), estamos también en puertas de una crisis alimentaria sin precedentes. El mantenimiento de la economía capitalista amenaza la continuidad de los procesos ecológicos esenciales y de los mismos ciclos vitales.
En el Estado español el gobierno del PSOE se ha apresurado a seguir la estela de las medidas de ayuda a los bancos de las grandes potencias capitalistas, mediante la creación de un fondo anticrisis de 30 mil millones de euros del erario publico, ampliables hasta 50 mil (entre el 3% y el 5% del PIB) para comprar a las entidades activos "de máxima calidad". A la par que también elevaba la garantía de los ahorros hasta los 100.000 euros por titular y cuenta, y propone “garantizar” a los bancos su propio negocio, para que se animen a continuar con él en momentos de incertidumbre como el actual, avalándoles con dinero público los créditos que conceden. Dichas medidas pretenden asegurar, en palabras del gobierno, el bienestar de nuestro sistema financiero y dar confianza al mercado. Pero no tenemos ninguna garantía de que ni el sistema financiero ni el mercado vayan a utilizar el dinero público que les estamos transfiriendo en reanimar la actividad económica: ¿mantendrán los puestos de trabajo? ¿Asegurarán un crecimiento salarial mínimo? Ya estamos viendo que no: la patronal, que felicita al gobierno por sus medidas, comienza a reivindicar “reformas laborales” que “flexibilicen el despido”, mientras ya están en marcha las reducciones de plantilla, los EREs, los cierres de fábricas, etc., que agravan la ya difícil situación de miles de trabajadores y trabajadoras. ¿Qué medidas pone en marcha el gobierno para estas familias?
Lo que hasta hace poco era un “parón económico”, y poco tiempo después una “paulatina desaceleración”, ya no se puede ocultar que es una crisis en toda regla. Y a pesar de que el gobierno pretenda echar balones fuera acusando a la crisis financiera global, la crisis tiene una especificidad y un origen propios en el caso del Estado español. Los 12 años de crecimiento económico ininterrumpido que han sucedido a la crisis del 92-93 (que golpeó duramente sobre la producción y el empleo, llegamos al 24% de paro en 1994) hicieron famoso el denominado “milagro español”. Pero el supuesto “milagro” se basaba en un modelo que dependía de dos pilares extremadamente frágiles: la construcción y el sector servicios, fundamentalmente el turismo. Además de la precariedad laboral y la depredación medioambiental al que dicho modelo ha dado lugar, su vulnerabilidad en caso de crisis es evidente. La economía del ladrillo, el sol y la playa ha entrado en una caída libre que no parece tener final, mientras que por el camino ha aniquilado buena parte de nuestro tejido industrial y de nuestro patrimonio natural, azotados ambos por el Tsunami urbanizador.
La época en que lo imposible era posible, es decir, la transformación urbanística de cualquier espacio a cualquier precio, parece que ha tocado a su fin. La imagen de “Paco el Pocero” abandonando a su suerte su megalómano proyecto de ciudad en Seseña es la imagen mas palpable y simbólica del final de esta etapa. La burbuja inmobiliaria ha estallado, y con ella, como si de un castillo de naipes se tratara, están empezando a desmoronarse los motores de nuestra economía. Y los efectos sobre los trabajadores no se están haciendo esperar. En septiembre, el crecimiento del paro ya ha sido el doble de lo que se registró en la crisis de 1992-93. En sólo un año, entre agosto de 2007 y agosto de 2008, el paro ha aumentado nada menos que un 36%, desde el 8,3 al 11,3 % de la población activa (datos de Eurostat). Hace un año la tasa de paro de España era un 17% superior a la media de la UE y apenas un 12% más alta que la media del área Euro. Hoy, España, con la tasa de desempleo más alta de los Veintisiete países, presenta una tasa 51% más alta que la media del área euro y 64% superior a la media de los Veintisiete. Lo miremos como lo miremos, el desastre en términos de desempleo es y promete ser muy grave. La construcción, actividad a la que de forma directa o indirecta se encuentra vinculado el 25% de la población del país, registra un saldo escalofriante: los parados en este sector han crecido en sólo un año un 86%, frente a incrementos del 22% en la industria y del 24% en sector servicios (datos del Ministerio de Trabajo e Inmigración). La crisis en el sector de la construcción, y los efectos de la crisis financiera, afectan a todos los sectores productivos, por lo que, como demuestran los datos de desempleo, la economía españolan será incapaz de absorber la cantidad ingente de puestos de trabajo que destruye el sector inmobiliario. Este crecimiento alarmante del desempleo, además de ser grave en sí mismo, es la punta de un iceberg cuya dimensión no es posible predecir con exactitud, pero que sin lugar a dudas va a golpearnos a los trabajadores con gran violencia.
Desde Espacio Alternativo pensamos que estamos ante una alarmante situación de crisis económica global que dista mucho de limitarse exclusivamente al pinchazo de la burbuja financiera, sino que además se conjuga con una crisis energética, alimentaria y ecológica profunda, y que en el caso del estado español entronca con el propio pinchazo de la burbuja inmobiliaria, lo cual nos hace aun mas vulnerables. La depredación capitalista, única culpable de esta situación no puede seguir manteniéndose impune a costa de la expoliación y el sufrimiento de los de abajo, es imprescindible revertir las reglas de este juego injusto, ahora más que nunca tenemos la urgencia de levantar un proyecto emancipador que defienda decididamente que nuestras vidas valen más que sus beneficios.
¡Nuestras vidas valen más que sus beneficios!
¡La crisis que la paguen los ricos!
20/10/2008
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