miércoles, 2 de julio de 2008

LA PENÚLTIMA LECCIÓN DE GUEVARA

Desde aquella escuelita de La Higuera a una clínica cubana en el mismo suelo de Bolivia; 40 años separaban dos momentos y tu querido Ché, ese médico asmático nacido en la Argentina, enseñandonos cosas bellas a quienes aún tenemos oídos para escuchar. Tanta sabiduría que nos sigue señalando el camino a lxs que soñamos como tú en una humanidad liberada por fin de las cadenas de la explotación; ellxs, los criminales que ayer y hoy administran este pudridero de barbarie creyeron que una ráfaga de ametralladora acallaría tu voz para siempre; han entendido muchas cosas pero afortunadamente no todas. Sabían y saben por supuesto cómo utilizar de carne de cañón en sus guerras a los hijxs de lxs pobres, de lxs campesinxs, de lxs trabajadorxs ;uno de ellxs fue el dedo que apretó el gatillo del fúsil que sujetaban la burguesía boliviana y lxs imperialistas yankees. Nicolás guillén le dedicó un poema que musicó Paco Ibañez: Mario Terán era el nombre de aquel "soldadito boliviano" que te terminó de convertir en un mito. Mucho ha llovido desde aquel 9 de octubre de 1967, pero tú, amigo, ya que no existía esa otra vida de la que nos hablan las religiones de aquí y allá, decidiste permanecer en ésta, haciendo de las tuyas desde la paz de tus huesos reposados. Nicaragüita, El Salvador... contaron con tu soplo solidario; también la Chiapas zapatista o esa Venezuela bolivariana contradictoria y esperanzadora lo reciben aún... y Bolivia, esa Bolivia dónde caíste luchando (cómo no podía ser de otra forma), que ahora intenta levantar cabeza y dónde los herederos de tus asesinos de ayer -maldita burguesía- hoy buscan tumbar al indígena cocalero de nombre Evo para que nada cambie, para que cada cual siga en su lugar, dónde corresponde: el de arriba más arriba y el de abajo atrapado en las arenas movedizas de la miseria. Y allí has dado otra clase magistral; volvamos pues a nuestro soldadito boliviano, ahora convertido en un anciano tratando de sobrevivir con una raquítica pensión ; ese fue el pago de los amos por los servicios prestados. Los ojos de Mario Terán apenas distinguen el rostro de sus nietos, el azul del cielo de Santa Cruz... si, Santa Cruz, apenas a unos cientos de kilómetros de La Higuera; el viejo soldado escucha en su modesto transistor la noticia: Cuba, esa pequeña isla que le enseñaron a odiar, opera en su ciudad a quienes no pueden permitirse pagar el coste de la intervención de cataratas. "Operación milagro" denominan al proyecto, seis millones de desheredados en 31 países que recobrarán la visión (que terrorífica es la situación comandante Guevara, cuando tenemos q denominar milagro a algo así en este mundo perdido q manda gente a la luna). "¿Cuánto me costará?" pregunta el anciano Terán. "Operación, medicamentos y lentes, todo gratis" es la respuesta. Algo se conmueve muy dentro de él, la imagen de aquel guerrillero desafiante vuelve a aparecer en su mente y el viejo, confuso y abatido se pone en manos de los médicos cubanos, en manos de la solidaridad internacionalista que la ideología de el hombre que asesinó lleva grabada como seña inseparable. Aquel revolucionario soñador, aquel tipo que él no fue capaz de mirar al apretar el gatillo le devolvía la claridad 40 años después: las imágenes borrosas del engaño se convertían en la luz intensa de la verdad. Y él, Guevara, nuestro Ché, cerraba el círculo, regalándonos su penúltima lección.

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